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4 de octubre de 2010

Madres de la Plaza de Agosto II

Foto Karel Poort


LOS FAMILIARES, después de varios días de andar por la playa, aseguraban a las madres que ya no se podía hacer nada por encontrar a sus hijos, el mar no los devolvería, y lograban convencerlas de que debían abandonar la costa y volver a sus casas, no sin antes dejarlas hacer el último ritual: con sus pies hinchados, y sus cabellos despeinados de tantos halones porque no tenían otro desahogo que la rabia, se arrodillaban para mirar el mar con una mezcla de rencor por haberle arrebatado a sus hijos.

Mientras oraban, las olas iban alejando las flores que lanzaron las familias. Los padrinos, para protección de sus ahijados, movían los caracoles y los tiraban en la arena y los rociaban con humo de tabaco, miel y aguardiente; luego descifraban la letra y en plena comunicación con los dioses, rompían un coco con la esperanza de que ese acto deshiciera los maleficios y espantara los malos espíritus que pudieran rodearlos, y echaban al mar la masa blanca que contrastaba con el azul del agua y los peces acudían con prisa para probar, mientras se escuchaban los rezos desesperados y las promesas que ofrecían los dolientes. El padrino decía que en pago por sus cuidados, los santos pedían comida para la prenda con sangre de gallo y chivo. Al final, terminaban la ceremonia, ofrendando a Yemayá un pato vivo que, asustado, superaba el oleaje, movía las alas y se alejaba desesperado en un intento de escapar o festejar la libertad; mientras los niños, agazapados en el agua, esperaban a que los familiares lo perdieran de vista, para atraparlo y esconderlo en un saco junto a otros, con la intención de revenderlos o llevarlos como aporte a la comida familiar.

Y esto sucedía cuando en la arena, aún quedaban las siluetas de sus pisadas antes de montar las balsas.

3 comentarios:

Betuel Bonilla dijo...

Maestro Santiesteban, afectuoso saludo desde Colombia. En alguna ocasión resulté finalista del Concurso "El Dinosaurio", del Centro Onelio Jorge Cardoso, y una parte de la compensación fue la revista elCuentero. En dicho número había, entre otros textos suyos, un cuento llamado "El juicio", que me impactó de manera extraordinaria. Desde ese mismo instante tengo a tal cuento entre mis más cercanos afectos literarios. Lo he trabajado en mis talleres regulares de formación literaria; también en mis talleres con reclusos de las cárceles colombianas. Sólo comentarios de ponderación he recibido por su trabajo. Por tal razón, y de forma puramente emotiva y arbitraria, trascribí su cuento y lo colgué en nuestro blog del Taller (http://tallerjoseeustasiorivera.blogspot.com), con el fin de que quienes lo han leído puedan dejarle sus comentarios al respecto. Desde acá, nuestros agradecimientos por su impecable trabajo y nuestra solidaridad por su quehacer intelectual, tan lleno de incomprensiones. Un abrazo, Betuel Bonilla Rojas

Los Hijos que nadie quiso dijo...

Gracias por sus comentarios tan amables. Siéntase en la libertad de reproducir los post de este blog si le sirven para su taller. Le saluda afectuosamente, Ángel Santiesteban

Betuel Bonilla dijo...

Maestro, le agradecería me dejara un correo electrónico para compartir información por esa vía. El mío es: tantalo80@hotmail.com